Los rostros que asume el dolor son infinitos: catástrofes naturales, epidemias, violencias de todo tipo, enfermedades incurables, envejecimiento paulatino...
Desde siempre, este escenario de sufrimiento ha provocado en el corazón del hombre la pregunta por su sentido y, casi de forma inmediata, la pregunta por la existencia de Dios y su responsabilidad ante el dolor.
Muchos, a lo largo de la historia, han intentado superar el inicial desánimo que genera una realidad tan incomprensible y emprender la búsqueda de razones que puedan iluminar este misterio.
Y, sin embargo, sólo aquellos que sufren radicalmente en su cuerpo o en su espíritu tienen la posibilidad real de «verificar» en sí mismos si la última palabra la tendrá el dolor, o más bien el Dios bueno y amoroso, que Jesús de Nazaret ha anunciado en su vida y su muerte.
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