Lo central en la vida de Jesús no fue lo religioso y la religiosidad, sino lo humano y la humanidad. Y por eso, porque Jesús se puso de parte de la vida y de la felicidad de los seres humanos, el Evangelio centra su atención en la salud de los enfermos, la comensalía con todos (especialmente con los pobres) y las mejores relaciones humanas. Así, Jesús desplazó el centro de la religiosidad, que ya no está en lo santo sino en lo humano. Creer en el Evangelio es luchar contra nuestra propia inhumanidad y hacernos cada día más humanos.
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