El mundo moderno favorece la idea de que el valor de una persona depende de su capacidad de producción. En nuestras sociedades contemporáneas, el trabajo se ha vuelto una forma de esclavitud porque se le ha vaciado de su dimensión religiosa.
Por este motivo es necesario releer la tradición del Oriente Bíblico, donde el trabajo no esclaviza al hombre, sino que lo libera, pues lo encamina hacia Dios. Los relatos de creación en Mesopotamia y la Biblia reflexionan sobre la vocación del hombre a la tarea agrícola, que tiene como finalidad última el servicio divino. La laboriosidad y la fatiga diarias encuentran consuelo y sentido porque en realidad son culto a Dios.
En la antropología del mundo bíblico, el trabajo no es un castigo, sino camino de realización humana, pues, como reza la oración, "en servirte a Ti, creador de todo bien, consiste el gozo pleno y verdadero".