Cristo lloró ante la tumba de su amigo Lázaro. En aquellas lágrimas, la tradición cristiana intuye que se oculta la respuesta al enigma de la muerte cuando se conecta con la resurrección victoriosa del propio Jesús. Y es que el cristianismo no aspira a hacer comprensible la muerte para poder aceptarla, sino que lucha contra ella y su sinsentido para vencerla por completo.
Ahora bien, quienes siguen a Jesús jamás estarán libres de dudas. Por eso resultan especialmente lúcidas las palabras de Pablo a los sabios de la iglesia de Corinto: «Si Cristo no ha resucitado, vuestra fe carece de sentido…, y somos los más desgraciados de los hombres» (1Cor 15, 17.19).
Las lágrimas de Cristo por su amigo puedan ser para el creyente de hoy el icono donde contemplar y gustar las primicias de su triunfo definitivo sobre la muerte. También sobre la nuestra.
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