Lo que siempre hizo el profeta, debe hacerlo ahora la iglesia. Ella está convocada para desvelar la presencia del Dios cristiano en medio de las vicisitudes huemanas. Ahí el Espíritu la espera y emplaza para que ella se convierta en compañera de la humanidad y comparta lo mejor de sí misma, su novedad primigenia y su eterna juventud, que no es otra cosa que el evangelio, la buena noticia de Jesuscristo.
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